La aventura de educar

Un artesano habita un espacio que nunca se repite a sí mismo, que se recrea con nuevas producciones o bien con nuevos actores y nuevas preguntas e interrogantes.

La misión del artesano trasciende la tarea de mostrar su producto, su verdadero objetivo radica en la fuerte convicción de acompañar a sus discípulos, de anticipar sus inquietudes, de respetar sus tiempos, de valorar las equivocaciones como verdaderas posibilidades de deconstrucción, reconstrucción y crecimiento, de asentir con la mirada atenta y comprometida los éxitos y los aprendizajes de sus aprendices.

Esta labor de producir la artesanía tiene plena vigencia en el siglo XXI aunque los aprendices, esta vez, tienen mucho para compartir; los aprendices han incorporado otro tipo de herramientas, ni mejores ni peores, distintas pero a la vez distintivas. Y esa imagen del artesano modelo varió desde un saber unívoco y secreto, en un constante diálogo de aprendizaje mutuo, de miradas complementarias, de vivencias compartidas y de entramados dinámicos.

Al diseñar e implementar iniciativas de innovación y formación continua en nuestras instituciones, a menudo los distintos actores se enfrentan con la dificultad escuela_familiade incorporar los cambios de forma que lleguen a ser una parte intrínseca de la cultura institucional, en lugar de un simple añadido. Una buena forma de contribuir a este aspecto es asegurándose de que no se trate de hacer algo nuevo o diferente por el simple hecho de que sea nuevo o diferente, sino que las iniciativas tengan un objetivo y un beneficio muy concretos. Otra forma eficaz de integrar los enfoques innovadores en la cultura institucional es cerciorándose de que las actividades de desarrollo profesional dentro y fuera de su ámbito no solo se centren en los enfoques de la enseñanza y el aprendizaje que se aborden, sino que también sirvan de ejemplo de estos.

Las demandas sociales exigen que nuestros estudiantes dediquen muchas horas a trabajar y consecuentemente las carreras se prolongan en el tiempo.  Carreras que originariamente fueron diseñadas para una duración de cuatro o cinco años están llevando en promedio más de siete años y el sistema educativo demanda cada vez más profesionales docentes que transiten las aulas y ocupen los lugares de saber para los que fueron capacitados.

Hablamos entonces de agilización en las trayectorias académicas (que no debe leerse como aceleración del proceso de acreditación a tientas y a ciegas ni tampoco como una vía de escape rápida y eficaz para hacer menos oneroso el gasto público) mediante algunos espacios cursados de manera semipresencial, materias que puedan ofrecerse en fechas de receso escolar o vacaciones para alivianar la cursada durante el año lectivo, posibilidad de armar trayectos con parejas pedagógicas para enriquecer las miradas formativas, seguimiento por aulas virtuales, resignificación del rol del tutor como acompañante de las trayectorias de los estudiantes, entre otras.

Tal y como dice el autor, embarcarnos en camino a Ítaca tiene como en toda aventura un dejo de ansiedad, incertidumbre, expectativas y posiblemente algunos sinsabores pero los docentes necesitan mantener una “selecta emoción de espíritu” en este desafío de educar en pos de una sociedad preparada para las demandas del siglo XXI.

 

Artículo extraído de:

La voz del Peregrino

Ejemplar Diciembre 2016

Autor: Fabian Valiño

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